Ayer afloraron dolor e indignación en las exequias de los 10 campesinos asesinados en San Isidro (Santa Rosa de Osos). Aún temerosos, pobladores marchan hoy para rechazar la violencia.
Las lágrimas que le recorren el rostro a Elda del Socorro Viana son el consuelo para su alma. Se sienta una y otra vez en un banquito de madera, incómodo para su gusto, pero no quiere separarse de los cuatro ataúdes donde reposan su esposo Pomipilio de Jesús Gómez , sus dos sobrinos William Alberto Espinoza Viana y Ferney Viana y su cuñado Soel Alberto Espinoza .
Son cuatro de las 10 personas asesinadas por hombres armados el pasado miércoles en la vereda San Isidro, en Santa Rosa de Osos.
Sus ojos cansados, rojizos, muestran el trasnocho al que la doblegó el dolor, y su voz temblorosa esboza la tristeza que la embarga al saber que en unos cuantos minutos sus cuatro seres amados se llevarán a la tumba más de 20 años de bonitos recuerdos, porque ellos, que madrugaban a trabajar en las fincas tomateras de la región, "solo eran alegría, ternura y amor".
Abrumada, sostiene un pañuelo en su mano en el que ha querido ahogar su llanto, y cuenta que su esposo Pompilio "era muy alegre, siempre era el mismo con todo el mundo, nunca peleaba con nadie". Extrañará esa sonrisa que recibía de él cuando lo esperaba en la estancia de su vivienda, luego de una larga jornada de trabajo.
Elda no está sola. En medio del humo del incienso, que llena la iglesia de un olor a santidad y que da un aura a su palidez, hay otros cinco cajones que guardan otros cinco campesinos víctimas también del infortunio.
Junto a ella, los familiares de los labriegos asesinados y medio pueblo que los acompaña en su dolor. Porque todo Santa Rosa acudió al repicar de las campanas. Todo Santa Rosa lloró a sus labriegos.
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