En enero de 1999, en el Putumayo todo fue dolor por una masacre causada por paramilitares. Hoy, los familiares de las víctimas siguen de luto.
Los muertos contarán la historia”, expresó exhausto el joven antropólogo después de exhumar algunos restos de personas en el lejano municipio de La Dorada, en la selva del Putumayo. Tras varios días de trabajo, como los demás miembros de la Comisión de Justicia y Paz de la Fiscalía desplazada al sur del país, el avezado profesional quedó estupefacto con el macabro descubrimiento. La muerte sólo dejó en la región el estigma de una espantosa guerra sucia.A cargo del fiscal Juan Carlos Goyeneche, la comisión partió de Puerto Asís protegida por un grupo de policías y detectives. Junto a los miembros de la Fiscalía, una odontóloga, un antropólogo y dos biólogos bien armados. Luego de dos horas de viaje por una maltrecha carretera, al llegar al puente sobre el río Guamuez, la comisión se detuvo en un retén militar. El nerviosismo sacó de su mutismo a los viajeros. “Está oscureciendo y nosotros aquí”, comentaban.En su fuero interno, ninguno descartaba un ataque de la guerrilla, o de las Águilas Negras o de Los Rastrojos, que operan en la zona. El retraso implicó que se rompiera el sigilo de la operación. Unos a otros se preguntaban: ¿Por qué para estos casos no puede contarse con un helicóptero? Pasado el tiempo, el Ejército autorizó el acceso y la Comisión de Justicia y Paz siguió en su misión: buscar en las fosas los rastros de la verdad del paramilitarismo en el sur de Colombia.
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