Hortaliza, tubérculos y demás sembrados de Cundinamarca van primero hasta Bogotá para que intermediarios impongan un precio, antes de regresar al municipio para ser vendido.
El domingo es el día más agitado en Chía. No solo por los bogotanos que buscan un poco de tranquilidad, sino porque los habitantes del municipio acuden masivamente al mercado en búsqueda de frutas y verduras frescas.Sin embargo, nadie en este municipio, ni en ningún otro de Cundinamarca, se imagina las vueltas que han dado los alimentos antes de llegar a sus manos.En la plaza de mercado de Chía, una de las más grandes de Cundinamarca, los vendedores pagan 4.000 pesos por el arriendo de un metro de mesón y 6.000 si es esquina.Sin embargo, ellos se quejan porque las pocas ganancias que dejan los negocios a veces ni siquiera alcanzan para pagar el valor del trozo de mesa que le corresponde a cada uno.Los altos precios que los productos adquieren cuando pasan de las manos del agricultor a los compradores en Corabastos, y de ellos a las plazas de mercado, son los responsables de sus malas ventas, según los propios vendedores.El poder de Corabastos, considerada la central de alimentos más grande de Suramérica, afecta hasta al pueblo más alejado del departamento.Los agricultores deben venderles casi obligatoriamente sus productos, para no correr el riesgo de quedarse sin compradores.Ellos luego aumentan a su gusto el precio y los alimentos regresan, en muchos casos, a su lugar de origen.A pesar de que Cundinamarca provee el 60 por ciento de lo que Abastos vende, una mínima cantidad de estos productos se quedan en los municipios.Según Luis Orlando Cerrato, director de Desarrollo Económico de la Secretaría de Agricultura del departamento, esto sucede debido al poco control que existe sobre la central de abastos."A Corabastos sólo lo controla la ley de la oferta y la demanda", aseguró.
El domingo es el día más agitado en Chía. No solo por los bogotanos que buscan un poco de tranquilidad, sino porque los habitantes del municipio acuden masivamente al mercado en búsqueda de frutas y verduras frescas.Sin embargo, nadie en este municipio, ni en ningún otro de Cundinamarca, se imagina las vueltas que han dado los alimentos antes de llegar a sus manos.En la plaza de mercado de Chía, una de las más grandes de Cundinamarca, los vendedores pagan 4.000 pesos por el arriendo de un metro de mesón y 6.000 si es esquina.Sin embargo, ellos se quejan porque las pocas ganancias que dejan los negocios a veces ni siquiera alcanzan para pagar el valor del trozo de mesa que le corresponde a cada uno.Los altos precios que los productos adquieren cuando pasan de las manos del agricultor a los compradores en Corabastos, y de ellos a las plazas de mercado, son los responsables de sus malas ventas, según los propios vendedores.El poder de Corabastos, considerada la central de alimentos más grande de Suramérica, afecta hasta al pueblo más alejado del departamento.Los agricultores deben venderles casi obligatoriamente sus productos, para no correr el riesgo de quedarse sin compradores.Ellos luego aumentan a su gusto el precio y los alimentos regresan, en muchos casos, a su lugar de origen.A pesar de que Cundinamarca provee el 60 por ciento de lo que Abastos vende, una mínima cantidad de estos productos se quedan en los municipios.Según Luis Orlando Cerrato, director de Desarrollo Económico de la Secretaría de Agricultura del departamento, esto sucede debido al poco control que existe sobre la central de abastos."A Corabastos sólo lo controla la ley de la oferta y la demanda", aseguró.
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